Situada al sur de algunos de los más conocidos destinos turísticos peruanos, como Nazca, Cusco, Machu Picchu o el lago Titicaca; rodeada de imponentes volcanes, varios de ellos activos, en plena zona de desiertos alpinos poblados por vicuñas, alpacas y llamas; ubicada cerca de los cañones más profundos del planeta, majestuosamente sobrevolados por el cóndor, y con un centro histórico declarado patrimonio mundial por la Unesco y repleto de casonas coloniales e imponentes iglesias. La ciudad de Arequipa, segunda en importancia de Perú, ofrece una cautivadora visita.
Levantada generación tras generación con materiales volcánicos, destruida en varias ocasiones por devastadoras erupciones y terremotos, el origen de su nombre no está del todo claro. Para algunos deriva de la expresión en lengua aimara ari quipa, que podría traducirse como “que está detrás de la cima”, quizás haciendo con ello alusión al hecho de que se levanta tras el enorme cono del volcán Misti (5.822 metros de altura). La otra interpretación se basa en la creencia popular de que, cuando el cuarto inca Mayta Cápac vio el valle en el que se asienta la ciudad, dijo impresionado: “Ari, quipay”, que en quechua significa: “Sí, quedémonos”.
Aunque se tiene constancia de que la región ya estuvo poblada en tiempos preincaicos, Arequipa fue fundada en agosto de 1540. Su casco antiguo conserva la estructura urbana característica de la época colonial: calles formando un damero en torno a la gran plaza de Armas y edificaciones de poca altura ―en razón de los frecuentes seísmos que sufre la zona— construidas con sillares de la impecable y vistosa piedra blanca de origen volcánico que tanto abunda en la región.
Las opciones para pasarlo bien aquí son muchas y variadas.
Para empezar, lo primero será realizar un buen recorrido callejero para disfrutar del enorme patrimonio histórico cultural, visitando si no la totalidad de sus monumentos, sí al menos los más relevantes. Lo mejor será iniciar la ruta en la plaza de Armas, completa y hermosamente porticada en tres de sus cuatro lados, ocupando su cuarto lateral la imponente catedral, construida en el siglo XIX. La plaza de Armas es el corazón de Arequipa, que bulle de vida y la bombea a toda la ciudad a través de las cuatro calles, que, como arterias, parten de ella.
Al inicio de una de estas vías, la calle del General Morán, se erige la iglesia de la Compañía de Jesús, construida a mediados del siglo XVII, siguiendo el modelo de la iglesia de Gesù, en Roma. Luce una espectacular fachada churrigueresca colonial. Poco más allá, se sitúan los antiguos Claustros de la Compañía, únicas edificaciones que se conservan prácticamente intactas desde época colonial, ya que la mayor parte de las construcciones originarias han tenido que reconstruirse más de una vez (en parte o en su totalidad) como consecuencia de los frecuentes terremotos que históricamente han asolado la zona. Construidos en 1.660, los tres claustros de la Compañía de Jesús constituyen una exquisita y armoniosa muestra del barroco andino, o arquitectura mestiza. En la actualidad, muchas de las antiguas dependencias y celdas del primitivo convento se han transformado en coquetas tiendas, en algunas de las cuales se venden finas prendas confeccionadas a partir de la lana y el pelo de llamas, alpacas y vicuñas.
A lo largo del paseo arequipeño, nos veremos sorprendidos por multitud de antiguas iglesias, conventos, monasterios, grandes casas señoriales. Entre las iglesias que no deberíamos dejar de visitar están las de Santo Domingo, la de San Francisco y la de La Merced; tampoco convendría olvidarse de ver el convento de la Recoleta, con su gran biblioteca y su curioso museo amazónico.
Entre las antiguas mansiones coloniales, merecen conocerse la Casa del Moral, la de Goyeneche, la casona Irriberry y la mansión del Fundador, situada a nueve kilómetros de la ciudad, que fue residencia de Garcí Manuel de Carbajal, fundador de Arequipa, y que hoy todavía conserva el mobiliario y las pinturas originales de la época. Si tiene oportunidad, acérquese al mirador de Yanahuara, desde el que se tiene una de las mejores vistas de la ciudad y, si da tiempo, dese una vuelta también por el barrio San Lorenzo, el más antiguo de Arequipa, y por la casa natal y museo de Mario Vargas Llosa.
Una ciudad dentro de otra
Pero si hay una visita imprescindible en Arequipa, esa es la del monasterio de Santa Catalina, el monumento religioso católico más importante de Perú. Fundado en 1580, con sus casi 20.000 metros cuadrados, es una auténtica ciudad dentro de otra. Una verdadera ciudadela, rodeada de elevados muros que durante siglos preservaron su celosa condición de gran convento de clausura. A pesar de ello, durante más de 300 años buena parte de las religiosas que ingresaban en él, pertenecientes a ricas e influyentes familias, llevaban una vida hedonista, más parecida a la de una dama de alta alcurnia que a la de una humilde monja. Sus privilegios incluían lujosos alojamientos, varios criados, la organización de fiestas. Todos estos excesos e irregularidades monásticas concluirían finalmente a mediados del siglo XIX con una estricta reforma de la comunidad religiosa.
El complejo conventual es tan grande que cuenta con un sinfín de plazas y calles con sus propios nombres (Zocodover, Burgos, Toledo, Córdoba, etc.). Todo el recinto, salvo la pequeña área reservada a las pocas religiosas que actualmente aún viven en el monasterio, se puede visitar: alojamientos de las monjas, capillas, comedores comunitarios, jardines. Recorriendo sus claustros, calles y pasajes se tiene la sensación de pasear por algún pueblo español.
La ruta urbana puede concluir con la visita al Museo Santuarios Andinos, donde se exhibe, dentro de una urna de cristal a 19º bajo cero, la momia de Juanita, la niña de los hielos, encontrada en 1995, prácticamente intacta, por el antropólogo estadounidense Johan Reinhard en la cumbre nevada del volcán Ampato. Juanita, una niña de 13 o 14 años que vivió en el siglo XV, fue víctima del sacrificio ritual que practicaban los incas para aplacar las devastadoras fuerzas de la naturaleza.
Comer en una picantería
Los arequipeños tienen fama de gustar de la vida y saber disfrutar de ella. Comer, beber, pasarlo bien en general no es difícil en Arequipa. En lo gastronómico, resulta obligado probar alguna de sus picanterías. La Nueva Palomino quizás sea el más popular de este tipo de restaurantes de cocina tradicional. En cualquiera de sus informales y animadas terrazas es obligado pedir su rocoto relleno (pimientos picantes rellenos de carne, verdura y arroz) o su chancho al horno; y acompañarlo todo con chicha, la famosa cerveza local de maíz fermentado.
Pero en Arequipa también se puede disfrutar de cocina más elaborada visitando Chicha, el restaurante de Gastón Acurio, el famoso chef que descubrió al mundo la nueva cocina peruana.
La oferta de locales en los que poder disfrutar de buena música mientras uno se toma un rico pisco sour también es grande y variada; el Museo del Pisco presume de preparar los mejores de la ciudad.
Dos opciones de alojamiento en la ciudad: el hotel Katari, en plena plaza de Armas, y Casa Andina, que ocupa el edificio de la antigua Casa de la Moneda, en el centro histórico.
Y si se tienen varios días, hay que salir de la ciudad. Por los alrededores de Arequipa se pueden realizar estimulantes y apetecibles actividades al aire libre: alpinismo, trekking, senderismo o bicicleta de montaña por cualquiera de las muchas rutas posibles por las espectaculares cumbres y laderas de los tres grandes volcanes que la rodean: Chachani (6.075 metros), Pichu Pichu (5.664 metros) y el imponente Misti, cuya cautivadora estampa, de perfecta forma cónica y deslumbrante cumbre nevada, tiene poco que envidiar a la imagen del monte Fuji. Y no hay que dejar de hacer una excursión de dos o tres días al valle y el cañón del Colca. Aunque esa es otra historia.
Fuente: El País. España